14 junio 2007

Lluvia

Hoy es mercado y llueve sin parar. La gente lleva paraguas y abrigo como si estuviésemos en octubre y no en junio. Los puestos del mercado se cubren con plásticos y otros se desmontan porque no vale la pena.

La churrería se pone las botas sirviendo chocolate caliente y churros que se toman en los soportales de las tres plazas al resguardo de la lluvia (a ver si amaina y puedo comprar las verduras). Creo que este fin de semana me vuelvo a quedar sin cerezas. Los puestos de ropa casi no han vendido nada. Todo se moja y el cielo gris.

Qué diferencia con los días de mercado junto al mar, con olor a pescado y a fresas recién cogidas. El brillo de las frutas y la variedad de verduras, todo colorido y calidez. Aquí no se escuchan los murmullos de la gente contando lo último que les ha pasado o poniéndose al día de una semana a otra. Aquí la gente camina con la cabeza baja para no mojarse.

Hoy hace día de comer el mini cocido del Alejo en cazuelita de barro con cucharita de café. Apetece meterse en casa y escuchar la lluvia en los cristales. Imaginarse lo que harán los otros, qué habrán comprado, de qué estarán hablando y qué prepararán para la cena.

13 junio 2007

Deseos

Aquel día le apetecía morirse. Y no le hubiese importado quitarse la vida de no ser porque pensó que de aquella forma perdería la oportunidad de matarse otro día en el que tuviera muchas más ganas: unas imperiosas, verdaderas y reales ganas de morirse.

En otra ocasión deseó haberse muerto el día en que le apeteció morirse. De esa forma no tendría que soportar aquel dolor que le recordaba que no lo debía de haber pospuesto. Y no era que ahora tuviera más ganas de matarse que entonces. Era que tenía que haberlo hecho antes. Porque ahora era tarde. Porque ahora no tenía ganas de vivir pero tampoco de matarse. Quizás otro día, cuando pasase todo aquello, le entrarían ganas de ponerse una soga al cuello y dejar que Ixtab, la diosa maya de los suicidas, la acompañase por los laberintos de la muerte hasta acceder a uno de sus trece cielos.

Elegiría un árbol frondoso, como los preferidos por Ixtab. La diosa aparecería para conducirla al paraíso. La distinguiría por la cuerda en la garganta que se elevaba hasta el cielo. Esa cuerda era como la serpiente, el puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos. La vida y la muerte unidas por Ixtab, la diosa de la destrucción y de la preñez al mismo tiempo. Morir de aquella forma sería como volver al vientre de la madre por el cordón umbilical lo más rápido, natural y limpio posible. Un vientre rosado y cálido, unos de los trece cielos mayas donde encontrar la paz eterna. Sí, lo haría de esa forma... El estómago le avisó de que era hora de comer, el señor de los helados pasaba por allí y se compró uno. Mejor otro día, cuando de verdad tuviera ganas. Se alejó de allí tranquilamente. El árbol frondoso se quedó esperando. En una de sus ramas se enrollaba una serpiente.