15 julio 2009

Despedidas

"El que lo fuerza, lo estropea. El que lo agarra, lo pierde".
Lao Tsé

El "adiós" me lleva lejos de la persona que me lo dice o a la que se lo digo. El "hasta luego" me resulta más cercano. Como que nos vamos a ver pronto. "Hasta la vista", "hasta que nos veamos" me sugieren la esperanza de un encuentro, incierto en el tiempo, pero un encuentro. Así como "hasta pronto", "hasta otro rato", "hasta después", "buena suerte", "ciao", "hasta la próxima", "que vaya bien", "hasta otra".

"Adiós" deja en la tristeza de no saber si vas a volver a ver a esa persona. Es una caída al vacío y a la desesperanza. Por teléfono a veces me sale decir "adiós", pero en persona soy incapaz. "Hasta mañana", "hasta la semana que viene", "nos vemos", "ya nos veremos", "hablamos".

Un beso de milésimas de segundo y el tren que parte, el autobús que arranca o alguien que se acerca a la lejanía. A veces se gira para ver si le miras y ahí estás tú mirando o te estás alejando sin mirar atrás porque no lo aguantas. Y te dice adiós con la mano o con los ojos.

Esas miradas que dicen adiós con los ojos húmedos, la nariz roja y un pañuelo en la mano. Esa capacidad de desprenderse del otro sin saber si habrá próxima vez.

Es cuando el vacío se apodera del estómago. Eso que se lleva el otro. (Uno muere un poco cuando se despide) . Ese vacío que se llenará con otros abrazos, con otras miradas y otras bocas. Y el deseo de llenarlo pronto le lleva a uno a vivir con la angustia de que el dolor sea inaguantable. Así, nos aferramos a la primera sonrisa a través del cristal de un autobús, ante un gesto amable de alguien que nos cede el sitio en el tren. (Uno nace un poco cuando se encuentra). Mendigando amor, uno se conforma con esas pequeñas limosnas, llena los vacíos del adiós y se reconforta el alma por unos momentos, horas o días. Se borra la pena, se alegra el semblante y parace que aún hay esperanza.


02 julio 2009

Mi limón, mi limonero...

Cuando era pequeña, mi árbol preferido era un limonero que había en la huerta de detrás de mi casa. En la adolescencia, nos acercábamos a la casa de aperos junto al árbol a quitarle los Celtas sin boquilla al hortelano. Por suerte nunca supo quiénes lo dejaban sin tabaco...

Mi madre me daba limón con bicarbonato cuando me dolía la tripa por empacharme a chocolate. A mí me gustaba cortar una raja de limón y ponérmela en la boca como una sonrisa amarilla y comérmela. Primero succionando el zumo y después mordiendo el gajo.

En Murcia se le echa limón a los fideos. En Valencia se le echa limón a la paella, al pescado, incluso el café del tiempo lleva hielo y limón. Yo aliño la ensalada con limón porque no me gusta el vinagre de vino.

Las uñas negras de la vendimia las limpiaba con limón. Años después descubrí que se uno se lava las manos con limón cuando come marisco, yo tenía veinte años.

Me gusta la canción del medio limón de Juan Antonio canta o la de "mi limón, mi limonero, entero me gusta más..."

A veces me siento limón: ácida y amarilla, pero que da gusto a las cosas. Y así, cuando la vida me da limones yo me hago una limonada, fresca con hielo.