21 julio 2010

Libranda

Con todo el tema de la crítica a Libranda, la plataforma de "venta" de libros electrónicos en España, me ha llegado hoy este video que me ha encantado.

16 julio 2010

Ávila en verano

Si algo tiene Ávila es muralla e iglesias, eso es sabido por todo el mundo. Pero si bordeas la muralla y caminas por el Paseo del Rastro (mi paseo preferido), verás cúpulas eclesiásticas, Gredos al fondo, y a la derecha la muralla. Si sigues caminando, encontrarás un restaurante que se llama La bruja y un poco más abajo, casi a la altura de la llamada puerta de La Santa, el Centro de Interpretación del Misticismo, construido hace seis años cuya visita se pauta en diez momentos, a semajanza de los diez grados de la escala secreta de san Juan de la Cruz.

La señora de la puerta es la mar de simpática, te explica un poquito de qué va la cosa. Un viaje al fondo de uno mismo que comienza con el descenso en el ascensor a la Sala I situada bajo tierra bordeada de tierra volcánica con el sonido de agua que envuelve la atmósfera y donde se muestran las tradiciones de la mística en todas las religiones. Lo que más me ha llamado la atención es la cuerda al fondo de la sala que sube en vertical, mostrando que la subida no es fácil ni rectilínea, aunque lo parezca.

A la Sala II se llega subiendo una escalera de madera. Sigue estando oscuro y aquí se llega al conocimiento del yo. Es el corazón del recorrido, donde llegamos a las raíces del Árbol de la Vida y la inmortalidad que se pierden en el cielo y crece hacia abajo.

Seguimos por una escalera cuyos peldaños nos muestran una luminosidad opaca y nos muestran el camino de la oscuridad a la luz. La escalerIa une la Sala II y la III mediante un pasillo vacío. Sólo desde la nada se accede a la Unión.

La Sala III es el símbolo de la Iluminación mística. Envuelta de luz blanca, tan querida por San Juan. En el medio de la sala hay un cubo de cristal transparente en cuyo interior hay una piedra suspendida en el aire sobre una montaña de arena fina y blanca. La instalación simboliza la tensión permanente entre el Uno la piedra, permanente y eterno, y la arena, el polvo, la ceniza del ser humano limitado y mortal. En las caras, se pueden leer frases desde el lado opuesto, como si el observador estuviera dentro del cubo.

Pero la mística no se queda ahí. Una vez alcanzado el conocimiento de uno mismo, la Unión y Tranformación, hay que bajar de nuevo las escaleras que nos llevan al mundo que nos rodea para poder comenzar la acción.

De nuevo nos encontramos con las piedras de lava que nos recuerda que volvemos a pisar la tierra y una instalación de espino que simboliza el mundo y sus dificultades. Para finalizar la visita, la frase de Miguel de Molinos antes de salir: "Ni todo está dicho, ni todo escrito; y así habrá siempre que escribir hasta el fin del mundo". La señora de la puerta recomienda hacer la visita en solitario, yo también.

Cuando he salido, me he ido a comerme un helado en la Flor Valenciana, buscando mi ratito diario de banalidad.


14 julio 2010

¿Qué fue primero...?

Hace tiempo, me sorprendí en el medio de una conversación entre una bibliotecaria y un narrador. Ella sostenía la tesitura de que en el contar, primero se dice la palabra para traer la imagen de lo que se ha nombrado. El narrador decía todo lo contrario, que primero tenía que ver para después poner palabras a esa imagen.

Este fin de semana he pasado unos días estupendos en Narros del Puerto (Ávila) en el laboratorio sobre el recuerdo ficticio con José Campanari. De lo que me he dado cuenta es que cuando dejo la imagen aparecer primero y luego cuento lo que veo, la historia nunca es la misma que cuando cuento construyendo frases que luego forman una imagen. Sobre todo porque lo que veo son palabras, no imágenes y la historia queda encorsetada en esas palabras. No puede crecer ni expandirse. Es cuando mis hombros suben hacia arriba y mi ceño se frunce. Estoy peleándome con las palabras para que salgan en el lugar exacto en lugar de relajarme y disfrutar del contar lo que veo. Cuando esto último ocurre, es genial, porque la que cuenta se alegra de poder contar.

Claro que con ella nunca se sabe. Igual te cuenta un paseo por el mercado como que el otro día se pintó las uñas de color morado, sin moralejas ni conclusiones. Lo que vienen siendo historias banales. De esas cuyos protagonistas no son grandes héroes famosos, ni sabios sufíes, sino gente anónima del barrio de Marxalenes o de la que ha ido conociendo en su deambular. Os prevengo de ella porque ahora le ha dado por cocinar recetas extravagantes que comparte con sus amigos siguiendo diferente rituales del mundo.